Samstag, 15. September 2012

El mundo de las cacerolas – la clase media y los planes para llenarla.

Está claro que la protesta del último jueves fue impulsada por la clase media argentina, aquella que tiene trabajo, vive constantemente en apuros pero bien, y se lamenta de no poder ahorrar en dólares ni hacer viajes al exterior. Nada que ver con las manifestaciones populares del 2001. Y es que, claro está, esas manifestaciones aunaban tanto pobres como gente de clase media. Pero la reacia inclinación hacia la protesta de la clase media, en tanto no sea a través del voto, escaso en su número, por cierto, hizo que en los años que siguieron la protesta en las calles fuera casi exclusivamente un instrumento de las clases bajas, operadas desde los más recónditos rincones de la política doméstica, léase desde impulsos que partían desde la espina dorsal de los partidos políticos hasta sus bases, perdón, sus extensiones nerviosas más alejadas. En tanto más alejadas del centro, mejor la posibilidad de adjudicarles a esas protestas una total independencia ideológica y asumirlas como una genuina expresión ciudadana. Pero la expresión ciudadana legítima e independiente, recalco independiente porque la legitimidad le corresponde a todas las clases, parte solamente de una sociedad iluminada, en el sentido de ser pensante y dueña de sus actos por el hecho de haber completado una instrucción alfabética, de ciencias naturales, sociales y cívica, y haber aprehendido las armas para un razonamiento independiente. La confusión se genera al creer ingenuamente en la independencia de clases sociales interesadas más en su propio porvenir que en el futuro de la nación. Por un lado, no hace falta pensarlo demasiado, las clases pudientes y sus aliados, los representantes políticos mal llamados del pueblo, cuyo interés radica en engrosar sus arcas y mantener el control absoluto de la nación a través de una democracia asistida. Por el otro, y en el polo opuesto, el sustento legal de los males de la nación, las clases pseudo-alfabetizadas y educadas en el clientelismo político, amarradas a golpe de subsidios e inflación, totalmente dependientes del modelo de bases y punteros y absolutamente dóciles y manejables sea cual fuere su necesidad de protesta. En el medio, también endulzados con regalías de derechos humanos de hace treinta años, obligados a mirar hacia atrás con miedo desviando la atención en lo que más importa que es el futuro (sí, ¡el futuro! Porque en el futuro también está la resolución de los conflictos del pasado), obnubilados muchos con créditos malsanos de crecimiento dudoso, alienados por sus conciudadanos por hablar de trabajo y dignidad, cualidades que los polos nombrados no comparten, abre sus ojos la clase media. Así las cosas, el pobre llena su olla con las sobras de los ricos (inclúyase políticos) y acata todo lo que este dice, maldiciendo a la clase media. Y ésta, en su afán de protesta, olvida acercarse a quienes hoy por hoy conforman la base del poder gubernamental y que en muchos casos por las razones nombradas de su dependencia están en la una situación semejante a un régimen feudal. Mientras tanto, y aquí póngale usted los sujetos, se ríen de nosotros.