Freitag, 15. Mai 2009

Umbilical

Qué hermosa palabra me acabo de encontrar escrita en la computadora, en un documento de word.
Están esas conecciones que no son más que eso, conecciones. Como la de los cables de energía, o de los puertos usb de la computadora. Están esas conecciones que nos aportan beneficios profesionales, o referidas, en todo caso, al mundo de las relaciones interhumanas. Y viendo un poquito más allá, esas son las que me interesan. En especiales las relaciones que se convierten, por su cercanía, en umbilicales. Rescatar esas pequeñas cositas que van haciendo que una relación se vuelva tan fuerte, y a la vez tan sensible y frágil si apreciamos el todo, y a pesar de eso tan exitosa en la evolución, como es la relación umbilical. Esas palabras que se dicen junto al café, ese giro en la conversación que me lleva a contarte por qué creo que estoy desencontrado conmigo mismo. Esos mates lavados que te dije que no sirvas más, que vos achacaste a la conversación y a la pereza el no haberlo mejorado. O lo que me dijiste ayer, que no sabés adónde apunta tu corazón, porque apunta con razones diferentes en direcciones contrarias –que además sabemos que son válidas. También viene a mí la sensación que teníamos cuando, salidos del bar a las cinco de la matina, tocamos en un portero y esperamos a que nos contesten para decir que el bus no pasa, si nos podemos quedar por ahí a pernoctar –que esa fue la palabra que usé- y vos ya no aguantaste la risa y tuvimos que salir corriendo. Que nos abrazamos después en el banco de la plaza y nos fuimos de sentados a parar al suelo. ¡Qué risa! Y anteayer me miraste a los ojos y me dijiste que yo andaba medio raro. Que no sabes cómo, pero que se huele mi intranquilidad. Se huele, dijiste, y me mareé por la embriaguez que me provocó pensar que me podés oler. Nos estamos siempre persiguiendo y encontrándonos, me dijo una vez Marcelo, ya hace años; a lo que yo agrego que nos olfateamos, por eso nos seguimos el rastro. Y ahí, invisible, infinito, está. Ondeando al viento, impulsado con las olas. El cordón umbilical que nos unió un día, cuando hablamos banalidades, cuando brindamos en silencio, solo mirándonos y cada uno a su modo secreto. Nos salían las estelas áureas que hoy doy por llamar cordón. Ese lazo ínfimo, que es, al tiempo que una unión de pertenencia, alimento del bueno. Escuchar al lado mío las mieles de tus pasos me falta. Me queda nuestra unión, umbilical.

Carta a mi mismo:

Estoy cagando todos mis días. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un atardecer desesperanzado. Se va cerniendo sobre mí la sombra de una fantasía inconclusa, llena de de esperanza fútil. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un sueño inconcluso, colapsado de errores, agobiado de colores intensos. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un atardecer sin grises desolados de cielos melancólicos, de esos que me gustan para salir a caminar en la ciudad. Me falta mi ciudad con sus días grises tan bonitos que invitan a salir a pasear por sus calles, y mojarse con fina garúa el vivo rostro. (Sí, el “vivo” rostro, ése que añoro). Sus cielos, rosados en la noche por sus luces intensas, y sus sombras que ocultan mis pasos en las calles casi desiertas. Los paseos a casa después de una borrachera, el cielo rosado pasándome factura de los actos de los hombres. Mis pasos inquietos en la noche. El sentimiento conocido de no saber adónde me lleva el próximo paso. La oscuridad nunca casual de volver sólo a casa. Me falta todo eso, y sin embargo vivo. Hoy me dí cuenta del nombre que me dejó en vela tantos días. Hoy fracasé como no lo hacía hace mucho tiempo. Hoy tengo ganas de arrastrarme en el abismo y confrontarme. Tengo ganas de salir. Tengo ganas de no seguir contando la historia de un fracaso que me sigue. Me persigue. Necesito mi ciudad y mis demonios. Aquí no hay sombras que seguir, sólo las vanas desviaciones de la conciencia. Dentro de siete meses voy a correr sus calles para recuperar mi última voz. Y después el silencio. Buscaré mi ángel desciudado y lo llevaré a la ciudad de los tiempos por venir. Y luego el silencio. Buscaré a mi desciudad en las gélidas esquinas sin fondo barroso, sin fondo luminoso, sin fondo sombrío. Y haré lo que nunca pensé. Me dejaré crecer la barba.

Donnerstag, 26. Februar 2009

camino

Se puede decir que un camino te lleva directo, si te deja el tiempo suficiente para ir pensando algunas cosas. Por ejemplo en las canciones esas que te molestan de tanto tenerlas en tu cabeza, pero que igualmente amás que estén ahí. Todo eso y los encuentros fortuitos, casi casuales, que nos prestan los días que transcurren. Encontrarte en la plaza, mirando las palomas chocarse unas a otras por una migaja de pan, me parece loco. Ya antes te dije que habíamos consumido las excusas, ahora me acompañás a ver las ofertas de fin de temporada. Si bien ese gorrito de lana patético que compraste te queda delicioso, las dos botellas de vino estaban demás. Bueno, la segunda me dejó tirando cabezazos, ya que vos insististe en que uno de los dos tenía que festejar. Había como una cosa rara, apretada, que no dejaba paladear el gusto del triunfo momentáneo que estábamos viviendo. Me sonaban las alarmas que decían que necesitabas algo más que el murmullo constante de las olas, haciendo fondo a la velada. Y entonces creí saber que te sobraban los resquicios, y así nos pusimos de acuerdo en taparlos todos. Y ahora que te veo, contemplando las palomas, y sé que te pasa los mismo, que te angustia la espera y a mi me da alas, y a vos miedo, y a mi miedo, y a vos alas, y a nosotros la esperanza de ver crecer eso que tenés entre las manos.
Me encanta hacernos un ovillo, y esperar, acompañados ahora, a que salgan las estrellas y que luego salga el sol, como en un instante prolongado que estamos viviendo. Se nos escapó a los dos, por las rendijas, ahí viene nuestro sol, por el camino.

Montag, 23. Februar 2009

Certeza (de enero)

Y seguimos la vida como siempre, finjiendo que no nos pasa nada. Las peores mentiras son aquellas que te hacen mal. En verdad, esta mentira no me hace tan mal. Al menos no lo siento en mi día a día. No me clava espinas cuando te veo, no me tiembla la voz cuando te hablo, no te ponés a temblar cuando te toco. No hacemos bromas vanas ni convencemos a los locos de cantar aleluyas. Naturalmente, nos preguntamos por el tiempo y las cosas cotidianas. Naturalmente, nos interesamos en mantener un cierto tratamiento cordial, más aún, es cierto. Naturalmente nos convencemos de mirar para otro lado. Cuando se te suelta la chaveta, me hago el distraído y me quedan resonando los ecos de mis paredes cayéndose a pedazos. Cuando suelto algún vocablo, cargado de ironía, se te apretujan las ideas saliendo de tu mirada. Los acertijos del entretiempo esconden otros acertijos, que se esfuerzan en aparecer, pero quedan descartados. Las expensas de este mes se pagan solas, sin que las pensemos. En el resumen de la tarjeta de crédito. En el crédito a plazo indefinido que nos estamos consumiendo día a día. En el dolor amomentáneo e intransparente que pulula en las esquinas de mis pasos. En las rendijas, ese claro defecto de fabricación, ese punto vulnerable de toda nuestra fortaleza. En las ganas que me dejan, cuando miro hacia otro lado, un minuto de contemplación y las despedidas que siempre estoy esperando. Las medias palabras que no encuentran eco, las despedidas, que ya ni siquiera son efímeras porque nos falta el valor. Te vas, entre la gente del semáforo y el eco de las esquinas en donde vamos acumulando lo que se nos sale por las rendijas. Como son las cosas, con un poquito de ayuda de nuestra parte y los ojos con las vendas flojas, para ver un poco. Quizás fue en la mañana de ayer. O del otro día. O algún día de estos que anda viniendo, que va a venir.

Dirección (de enero todavía)

No hay hola mayor que el tsunami que me provoca tu presencia. Imaginarse toda esa ola viniendo, como una muralla de cientos de metros avanzando hacia mí, arrasando todo a su paso con su presencia imponente. Rugiendo como no pueden hacerlo mil leones juntos. Desplegando unas alas que sólo mil cóndores unidos querrían igualar. Emanando el perfume de mil azahares al rocío de una tibia noche de primavera. Destruyendo, como sólo la humanidad lo ha logrado en el último siglo. Matando, y matando bien muertos a los árboles de mi pobre patio. Las naranjas me miran desoladas y los limones me prometen no más noticias agrias. Y vos te cagás de risa, te reís como una loca poseída y me descuartizás los sueños con tus noticias de papel mojado. Sin embargo, tu actitud repelente no alcanza para quebrar mi voluntad; te miro de reojo y te dejo seguir, esquivando tu potencia con un movimiento tonto de cintura. (Tu golpe me tendió de espaldas en un campo de espinas y piedras, pero yo no acuso golpe alguno.) Te sigo la corriente y me convierto en tu aliado. (Finjo una mueca de dolor deshauciado en una sonrisa.) Nos recomponemos en un paseo por las avenidas del centro, cuando yo ya pensaba en otra cosa. Fingimos (fingís), que nos conocemos los pensamientos y los entendemos. Se te suelta la chaveta y por las rendijas de tus palabras me volvés a tirar redes. Me das, en un impulso, la efímera caricia de un beso (se te escapó por una rendija). Y nos vamos llendo lejos, alejándonos del centro en direcciones opuestas.