Se puede decir que un camino te lleva directo, si te deja el tiempo suficiente para ir pensando algunas cosas. Por ejemplo en las canciones esas que te molestan de tanto tenerlas en tu cabeza, pero que igualmente amás que estén ahí. Todo eso y los encuentros fortuitos, casi casuales, que nos prestan los días que transcurren. Encontrarte en la plaza, mirando las palomas chocarse unas a otras por una migaja de pan, me parece loco. Ya antes te dije que habíamos consumido las excusas, ahora me acompañás a ver las ofertas de fin de temporada. Si bien ese gorrito de lana patético que compraste te queda delicioso, las dos botellas de vino estaban demás. Bueno, la segunda me dejó tirando cabezazos, ya que vos insististe en que uno de los dos tenía que festejar. Había como una cosa rara, apretada, que no dejaba paladear el gusto del triunfo momentáneo que estábamos viviendo. Me sonaban las alarmas que decían que necesitabas algo más que el murmullo constante de las olas, haciendo fondo a la velada. Y entonces creí saber que te sobraban los resquicios, y así nos pusimos de acuerdo en taparlos todos. Y ahora que te veo, contemplando las palomas, y sé que te pasa los mismo, que te angustia la espera y a mi me da alas, y a vos miedo, y a mi miedo, y a vos alas, y a nosotros la esperanza de ver crecer eso que tenés entre las manos.
Me encanta hacernos un ovillo, y esperar, acompañados ahora, a que salgan las estrellas y que luego salga el sol, como en un instante prolongado que estamos viviendo. Se nos escapó a los dos, por las rendijas, ahí viene nuestro sol, por el camino.
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