Freitag, 15. Mai 2009

Carta a mi mismo:

Estoy cagando todos mis días. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un atardecer desesperanzado. Se va cerniendo sobre mí la sombra de una fantasía inconclusa, llena de de esperanza fútil. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un sueño inconcluso, colapsado de errores, agobiado de colores intensos. Se va cerniendo sobre mí la sombra de un atardecer sin grises desolados de cielos melancólicos, de esos que me gustan para salir a caminar en la ciudad. Me falta mi ciudad con sus días grises tan bonitos que invitan a salir a pasear por sus calles, y mojarse con fina garúa el vivo rostro. (Sí, el “vivo” rostro, ése que añoro). Sus cielos, rosados en la noche por sus luces intensas, y sus sombras que ocultan mis pasos en las calles casi desiertas. Los paseos a casa después de una borrachera, el cielo rosado pasándome factura de los actos de los hombres. Mis pasos inquietos en la noche. El sentimiento conocido de no saber adónde me lleva el próximo paso. La oscuridad nunca casual de volver sólo a casa. Me falta todo eso, y sin embargo vivo. Hoy me dí cuenta del nombre que me dejó en vela tantos días. Hoy fracasé como no lo hacía hace mucho tiempo. Hoy tengo ganas de arrastrarme en el abismo y confrontarme. Tengo ganas de salir. Tengo ganas de no seguir contando la historia de un fracaso que me sigue. Me persigue. Necesito mi ciudad y mis demonios. Aquí no hay sombras que seguir, sólo las vanas desviaciones de la conciencia. Dentro de siete meses voy a correr sus calles para recuperar mi última voz. Y después el silencio. Buscaré mi ángel desciudado y lo llevaré a la ciudad de los tiempos por venir. Y luego el silencio. Buscaré a mi desciudad en las gélidas esquinas sin fondo barroso, sin fondo luminoso, sin fondo sombrío. Y haré lo que nunca pensé. Me dejaré crecer la barba.

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