Samstag, 27. Dezember 2008

Largo

Y bueno, ya estoy de vuelta en el tren. Para el regreso. Uno esos regresos que no son gloriosos, ni catastróficos, sino simplemente regresos. A decir verdad, me gusta flashear con las boludeces que se me ocurren. Por ejemplo lo de lo eterno. Que en decir verdad empecé a contar eso de lo infinito y me perdí en una eternidad, de esas instantáneas. A lo que iba, o lo que sigo tratando de alcanzar, pese a ser inalcanzable o, lo que es lo mismo, absolutamente trivial por lo fácil y perverso que se puede decir, es la eternidad. Unos dirán que la eternidad no se alcanza, por el solo de pertenecerle nada más que todos los momentos. Y no conocer la imposibilidad del tiempo. Me pregunto si Funes la habrá alcanzado, o la habrá al menos contemplado como en un espejo –terrible, si lo pienso-. De ser así creo que en esa manía de andar recordando hasta me puede dedicar dos de mis momentos. Porque de los suyos, nada. Flotará por aquí y por allá, y mis instantes le serán efímeros, o efímeras serán sus experiencias, por banales e impropias. ¿Qué carajo le tiene que andar importando a un eterno las nimiedades de la existencia absurda que nos corroe, víctima del tiempo? Y yo acá esperando a que el tren arranque, porque ni siquiera arrancó. Y después poco más de media hora y llegamos a algún lado y me voy a casa a dormir, y tal vez echarme un polvo, para dormir más cansado. Y mañana despertar, en mi efímera existencia. ¡Andáte a cagar, Funes! Y perdone usted por el exabrupto, señor Borges, pero su hijo anda haciendo desastres. Bah, está meando afuera del tarro.

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